Proclamamos el reino, en medio de confusión
El 19 de noviembre celebramos la fiesta de Nuestra Señora de la Divina Providencia. En la imagen vemos a María inclinada sobre el Niño, quien en total actitud de confianza duerme plácidamente en su regazo. Las manos de la Virgen se unen en oración mientras sostiene suavemente la mano izquierda del Divino Infante. La escena nos sugiere ternura, abandono, devoción y paz. El papa Pablo VI, por un decreto firmado el 19 de noviembre de 1969, declaró a Nuestra Señora de la Divina Providencia como la patrona de la isla de Puerto Rico.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice: «La Divina Providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último» (No. 321). Dios ha destinado a toda la creación hacía la última perfección la cual todavía no se ha alcanzado. Dios cuida de toda su creación, desde las cosas más pequeñas hasta los grandes eventos del mundo y de su historia. Jesús nos pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos.
Es por la providencia divina que ponemos nuestra confianza en Dios, un Dios que no ha prometido felicidad o éxitos inmediatos y que tan frecuentemente escribe derecho con líneas torcidas. Vivimos y proclamamos el Reino de Dios en medio de confusión y retos en la sociedad. Confiados en el Plan de Dios para sus criaturas, aceptamos estas imperfecciones mientras que tratamos de cambiarlas.
En conmemoración de esta gran fiesta, tomemos el tiempo para mirar alrededor y celebrar las vidas de aquellos que han sido modelos para nosotros de la divina providencia. Yo recuerdo estos días a los fundadores de mi comunidad religiosa, P. Gillet y la Hna. Theresa Maxis. Ellos vivieron su confianza en Dios. Fieles al amor de Dios, se esforzaron en seguir la voluntad de Dios en las elecciones de sus vidas diarias. Fue esta confianza en el amor providencial de Dios que los llevó a fundar la congregación de las Hermanas Siervas del Inmaculado Corazón de María en 1845.
Muchas veces parece ser que nuestros planes son interrumpidos — especialmente cuando nos enfrentamos con nuestras limitaciones y vulnerabilidad. Estos son los momentos en que más necesitamos recordar cuánto nos ama Dios. En confianza, estamos invitados a colocarnos en el regazo de María reconociendo que en nuestras vidas nada se deja a la casualidad: «Todas nuestras vidas hasta el mínimo detalle, han sido planeadas en la divina providencia de Dios y en sus ojos son totalmente lógicos y perfectos» (Sta. Teresa Benedicta de la Cruz).
Hna. Ruth Bolarte
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